sábado, 28 de marzo de 2015

Discurso de Emma Watson en las Naciones Unidas.

Hoy estamos lanzando una campaña llamada "HeForShe". Acudo a ustedes porque necesito su ayuda. Queremos poner fin a la desigualdad de género, y para hacerlo, necesitamos que todas y todos participen. Se trata de la primera campaña de este tipo en las Naciones Unidas: queremos tratar de mover a todos los hombres y los jóvenes que podamos para que sean defensores de la igualdad de género. Y no sólo queremos hablar de esto, queremos asegurarnos de que sea algo tangible.
Fui nombrada para este puesto hace seis meses, y cuanto más he hablado sobre el feminismo, más me he dado cuenta de que la lucha por los derechos de las mujeres se ha vuelto con demasiada frecuencia un sinónimo de odiar a los hombres. Si hay algo de lo que estoy segura es que esto no puede seguir así.
Para que conste, la definición de feminismo es: “La creencia de que los hombres y las mujeres deben tener derechos y oportunidades iguales. Es la teoría de la igualdad política, económica y social de los sexos”.
Empecé a cuestionar los supuestos de género a los ocho años, ya que no comprendía por qué me llamaban “mandona” cuando quería dirigir las obras de teatro que preparábamos para nuestros padres, pero a los chicos no se les decía lo mismo. También a los 14, cuando algunos sectores de la prensa comenzaron a sexualizarme. A los 15, cuando algunas de mis amigas empezaron a dejar sus equipos deportivos porque no querían tener aspecto “musculoso”. Y a los 18, cuando mis amigos varones eran incapaces de expresar sus sentimientos.
Decidí que era feminista, y eso me pareció poco complicado. Pero mis investigaciones recientes me han mostrado que el feminismo se ha vuelto una palabra poco popular. Aparentemente, me encuentro entre las filas de aquellas mujeres cuyas expresiones parecen demasiado fuertes, demasiado agresivas, que aíslan, son contrarias a los hombres y, por ello, no son atractivas.
¿Por qué resulta tan incómoda esta palabra?
Nací en Gran Bretaña y considero que lo correcto es que como mujer se me pague lo mismo que a mis compañeros varones. Creo que es correcto que yo pueda tomar decisiones sobre mi propio cuerpo. Creo que es correcto que haya mujeres que me representen en la elaboración de políticas y la toma de decisiones en mi país. Creo que socialmente se me debe tratar con el mismo respeto que a los hombres. Por desgracia, puedo afirmar que no hay ningún país del mundo en el que todas las mujeres puedan esperar que se les reconozcan estos derechos. Por el momento, ningún país del mundo puede decir que ha alcanzado la igualdad de género.
Considero que estos son derechos humanos, pero sé que soy una afortunada. Mi vida ha sido muy privilegiada porque mis padres no me quisieron menos por haber nacido mujer; mi escuela no me impuso límites por el hecho de ser niña. Mis mentores no asumieron que yo llegaría menos lejos porque algún día pueda tener una hija o un hijo. Esas personas fueron las embajadoras y los embajadores de la igualdad de género que me permitieron ser quien soy hoy. Aunque no lo sepan ni lo hayan hecho voluntariamente, son las y los feministas que están cambiando el mundo hoy en día. Y necesitamos más personas como ellas y ellos.
Y si la palabra todavía resulta odiosa, piensen que lo importante no es la palabra sino la idea y la ambición que la respalda. Porque no todas las mujeres han gozado de los mismos derechos que yo. De hecho, las estadísticas demuestran que muy pocas los han tenido.
En 1995, Hillary Clinton pronunció en Beijing un famoso discurso sobre los derechos de la mujer. Me entristece ver que muchas de las cosas que quería cambiar todavía son realidad. Lo que más me impresionó fue que sólo el 30 por ciento de su público eran hombres. ¿Cómo podemos cambiar el mundo si sólo la mitad de éste se siente invitado o bienvenido a participar en la conversación?
Hombres: aprovecho esta oportunidad para extenderles una invitación formal. La igualdad de género también es su problema. Porque, hasta la fecha, he visto que la sociedad valora mucho menos el papel de mi padre como progenitor, aunque cuando era niña yo necesitaba su presencia tanto como la de mi madre. He visto a hombres jóvenes que padecen una enfermedad mental y no se atreven a pedir ayuda por temor a parecer menos “machos”. De hecho, en el Reino Unido el suicidio es lo que más mata a los hombres de entre 20 y 49 años de edad, mucho más que los accidentes de tránsito, el cáncer o las enfermedades coronarias. He visto hombres que se han vuelto frágiles e inseguros por un sentido distorsionado de lo que es el éxito masculino. Los hombres tampoco gozan de los beneficios de la igualdad. No es frecuente que hablemos de que los hombres están atrapados por los estereotipos de género, pero veo que lo están. Y cuando se liberen, la consecuencia natural será un cambio en la situación de las mujeres.
Si los hombres no necesitaran ser agresivos para ser aceptados, las mujeres no se sentirían obligadas a ser sumisas. Si los hombres no tuvieran la necesidad de controlar, las mujeres no tendrían que ser controladas. Tanto los hombres como las mujeres deberían sentir que pueden ser sensibles. Tanto los hombres como las mujeres deberían sentirse libres de ser fuertes. Ha llegado el momento de percibir el género como un espectro y no como dos conjuntos de ideales opuestos. Si dejamos de definirnos unos a otros por lo que no somos, y empezamos a definirnos por lo que sí somos, todas y todos podremos ser más libres, y es de esto que se trata HeForShe. Se trata de la libertad.
Quiero que los hombres acepten esta responsabilidad, para que sus hijas, sus hermanas y sus madres puedan vivir libres de prejuicios, pero asimismo para que sus hijos tengan permiso de ser vulnerables y humanos ellos también, que recuperen esas partes de sí mismos que abandonaron y alcancen una versión más auténtica y completa de su persona.
Ustedes se estarán preguntando: ¿Quién es esta chica de Harry Potter? ¿Y qué hace en un estrado de las Naciones Unidas? Es una buena pregunta, y créanme que me he estado preguntando lo mismo. No sé si estoy capacitada para estar aquí. Sólo sé que este problema me importa. Y quiero que las cosas mejoren.
Y, a causa de todo lo que he visto, y porque se me ha dado la oportunidad, creo que es mi deber decir algo. El estadista inglés Edmund Burke afirmó: “Todo lo que se necesita para que triunfen las fuerzas del mal es que suficientes personas buenas no hagan nada”.
En mi nerviosismo por este discurso y en mis momentos de dudas, me he dicho con firmeza: si no lo hago yo, ¿quién?; y si no es ahora, ¿cuándo? Si ustedes sienten dudas similares cuando se les presentan oportunidades, espero que estas palabras puedan resultarles útiles.
Porque la realidad es que si no hacemos nada, tomará 75 años —o hasta que yo tenga casi 100— para que las mujeres puedan esperar recibir el mismo salario que los hombres por el mismo trabajo. Quince millones y medio de niñas serán obligadas a casarse en los próximos 16 años. Y con los índices actuales, no será sino hasta el año 2086 cuando todas las niñas del África rural podrán recibir una educación secundaria.
Si crees en la igualdad, podrías ser uno de esos feministas involuntarios de los que hablé hace un momento. Y por eso te aplaudo.
Nos cuesta conseguir una palabra que nos una, pero la buena noticia es que tenemos un movimiento que nos une. Se llama HeForShe. Los invito a dar un paso adelante, a que se dejen ver, a que se expresen: a que sean “él” para “ella”. Y pregúntense: si no lo hago yo, ¿quién? Si no es ahora, ¿cuándo?
Muchas gracias.

domingo, 30 de marzo de 2014

El arma más peligrosa que nadie puede usar contra nosotros es nuestra propia mente. Aprovechándose de las dudas e incertidumbres que en ella acechan. ¿Somos sinceros con nosotros mismos... o vivimos compitiendo con las expectativas de los demás? ¿Y si somos abiertos y sinceros podría alguien amarnos de verdad? ¿Podemos hallar el valor de compartir nuestros secretos más íntimos? ¿O en realidad somos imposibles de conocer incluso para nosotros mismos?
Porque el amor también es eso: esperar en la estación incorrecta el tren equivocado  y que atropelle la historia de tu vida.

jueves, 16 de enero de 2014

Lo poco que sé de la vida. Lo poco que sé de la vida está en los libros que nunca leo. Lo poco que sé de la vida está en las líneas que no escribí. Lo poco que sé de la vida se cuenta tomando un café, se entiende tomando una copa y se olvida tomando dos. Que nadie se emocione ni albergue falsas esperanzas, porque con lo poco que sé de la vida, a duras penas se llena un corazón, por pequeño que sea. Empiezo por lo que sé con toda seguridad. Sé que, con suerte, te vas a morir una vez. Así que procura no morirte más veces por el camino. No hay nada peor que esa gente que se va muriendo antes de morirse del todo. Para evitarlo, te regalo un método infalible. Mientras tú vayas decidiendo, todo está bien. El día que dejes de decidir, ese día, cuidado, porque la habrás palmado un poco. Ten siempre más proyectos que recuerdos, es la única forma que conozco de mantenerse joven. Olvídate de la patraña esa de ser feliz, ya te puedes dar con un canto en los dientes si llegas a ser el único dueño de tus propias expectativas. Que un euro se ahorra, y un polvo se pierde. Para siempre. Que hay que dedicarse a algo de lo que jamás te quieras jubilar. Por mucho que te cueste pagar las facturas. Por mucho que en las reuniones de antiguos alumnos te miren mal. Es mejor dedicarse toda una vida a algo que te divierte pese a no llegar a fin de mes, que pasarte un solo día trabajando únicamente por dinero. Entre lo poco que sé de la vida, también te diré que nada de todo esto vale la pena sin alguien que te haga ser incoherente. Ni flores, ni velas, ni luz de luna. Ése es el verdadero romanticismo. Alguien que llegue, te empuje a hacer cosas de las que jamás te creíste capaz y que arrase de un plumazo con tus principios, tus valores, tus yo nunca, tus yo qué va. Ojalá ames mucho y muy bueno, incluso a riesgo de ser correspondido. Que te despojen de todo, que hagan jirones de tus ganas y que te veas obligado a remendarlas con el hilo de cualquier otra ilusión. Que desees y seas deseado, que se frustren todas tus esperanzas y que acabes descubriendo que la única forma de recobrar el primer amor, que es el propio, es en brazos ajenos. Dos emociones inútiles asociadas al pasado, arrepentimiento y culpa, y una emoción inútil asociada al futuro, la preocupación. Cuanto antes te desprendas de las tres, antes empezarás a apreciar lo único que tienes. ¿Qué más? ¡Ah, sí! Sé que al menos un amigo te va a traicionar, otro será traicionado por ti, y que te pongas como te pongas, los que no hayas hecho antes de los 30, ya jamás pasarán de buenos conocidos. Cuenta sólo con los tres principales, porque a partir de ahí, todo es mentira. Para terminar, y hablando del tema, déjame que te presente a tu mejor enemigo. Se llama miedo. Quédate con su cara, porque va a estar jodiéndote de ahora en adelante. Miedo al fracaso. Miedo al qué dirán. Miedo a perder lo que tienes. Miedo a conseguirlo. Miedo a saber poco de la vida. Miedo a tener razón.

domingo, 5 de enero de 2014

'Jugábamos a conjugar verbos con pronombres inadecuados a fin de hacerlos nuestros y sentir que tocábamos la libertad de expresión. Utilizábamos plumas de ave como separadores de páginas y pasábamos tardes leyendo historias hasta altas horas de la noche. Tú lo hacías con tus gafas de aviador, mientras que yo siempre elevaba el libro entre mis manos a una distancia que tú considerabas exagerada.

Así fue como, a pesar de estar recluidos en un pequeño apartamento de alquiler, nos dejábamos llevar por la corriente polar de los sueños literarios, aquellos que vuelan tan alto que te depositan muy lejos de la realidad.'

miércoles, 2 de octubre de 2013

"Para algunos, vivir es galopar un camino empedrado de horas, minutos y segundos. Yo más humilde soy y sólo quiero que la ola que surge en el último suspiro de un segundo, me transporte mecido hasta el siguiente..."

sábado, 17 de agosto de 2013

Hola mundo. Hola sociedad. Hola a todas y cada una de las personas que se dedican a criticar lo que hago sin saber por qué lo hago. No me importa si pensáis que soy guapa, fea, alta, baja, gorda, delgada, rara, normal, guarra, estrecha, lista, tonta, graciosa, pesada, tímida, extrovertida, valiente, cobarde, buena, rencorosa, envidiosa, sincera, mentirosa, callada, habladora, amable, borde, educada, diferente al resto o una más de tantas. Vengo a deciros que me dan exactamente igual los adjetivos que utilicéis para describirme. Estoy harta de etiquetas, de críticas constantes hacia todo. A todos nos las ponen, algunas nos alegran y otras nos acomplejan. ¿Pues sabes qué te digo, querida sociedad a la que hacer lo mismo que todo el mundo le parece no tener personalidad, y a la que hacer cosas diferentes le parece ser raro? Que nadie vino aquí a ser perfecto, sino a ser feliz.